lunes, 18 de enero de 2010

Dos amores

Estaban en su habitación, acostados, a un segundo de quedarse dormidos. Estaban abrazados, tan juntos que ella podía oir su palpitar, mientras él le acariciaba el cabello. Era una pieza muy iluminada, de paredes blancas y cortinas celestes, con un piso flotante que relucía. A pesar de ser amigos, dormían en la misma cama - de dos plazas, por supuesto -. Habían pasado en ese departamento los últimos tres años de su vida.

El era un doctor renombrado de una clínica de esos barrios más acomodados, y ella era profesora en el mismo Liceo que la vió nacer. Se habían conocido muy casualmente en la parroquia de la escuela, y luego de tener una amistad muy complicada en sus inicios, lograron sincronizarse al punto de en menos de un año, volverse los mejores amigos. Ese mismo año, entre broma y broma, habían planeado vivir juntos cuando fueran mayores. Ella compraría el departamento, y lo decoraría y el pagaría las cuentas de teléfono, internet y televisión por cable. Era un acuerdo muy prolijo considerando los sueldos de cada uno.

El departamento se encontraba en el piso número 12, en medio del ajetreo de las calles del centro. Era de medida justa para ellos dos, espacioso como le gustaba a el y acogedor como necesitaba ella. Al entrar se podía ver la cocina, que abarcaba todo el ala izquierda, y tenía ademas una especie barra, que usaban de comedor. Al mirar a la parte derecha estaba el living, con esos sillones negros y acolchados que siempre quiso tener ella y con un ventanal que dejaba ver gran parte de Santiago. Siguiendo por el pasillo se encontraban cuatro puertas. La primera del lado izquierdo era el baño, pequeño y con reflejos rosados - gran error de él, pedirle a ella que decorara el baño -. La segunda puerta era la sala de trabajo, al entrar se podía ver el computador, en un escritorio sobrio con muchos libros en el estante que estaba encima. Si se continuaba mirando, se encontraba un sillon con una mesita. Esta habitación estaba decorada para quien necesitaba estudiar hasta tarde, pues al llegar la hora de dormir, el sillón se convertía en cama. Tenía una ventana que daba al parque de los niños, a ella siempre le gustaron las risas de niños como música de fondo.

Por el lado derecho, la primera habitación era practicamente diminuta, y es que no era una habitación, ella la llamaba "mini biblioteca" pues ahí había guardado todos los archivos, trabajos, libros, revistas, diccionarios y demases que no ocupara con frecuencia. Y bien puesto el nombre, pues era un estante, como de biblioteca, que tenía organizados todos esos textos.

La última pieza del lado derecho era la habitación de ellos. Tenían una cama matrimonial de cubrecamas blanco, muy acolchado, un closet enorme, dos veladores, una televisión pantalla plana, y para el lado de ella - izquierdo - un estante pequeño con los libros que revisaba cuando se despertaba a la mitad de la noche.

Ahí se encontraban, eran las 6 de la tarde de un sábado y los dos estaban durmiendo como angelitos. De sorpresa, alguien entró al departamento. dejó las llaves en la barra, se sacó la chaqueta y preguntó por ella.

- Isabel, ¿estás aqui?. Como ella no respondió, preguntó por él.
- ¿Andrés? .Obviamente nadie le contestó, y siendo así se dirigió a la habitación.

Al entrar, no se llevó una tan grata sorpresa, aunque amaba verla dormir, detestaba que estuviera usandolo a él de almohada, se sacudió el enojo y se dirigió hacia ella, le remeció los pies y la despertó. Ella adormilada, no divisó que era el, pero cuando lo vió, se alegró tanto que quiso pegar un salto.

- ¡Mi amor! ¡Llegaste! - dijo tratando de levantarse sin despertar a Andrés, quien no se dió ni cuenta de lo que pasaba - Te eché tanto de menos - dijo besandolo por toda la cara - Ven, vamos a la otra pieza...
- Quiero decirte algo - dijo el tratando de ser serio. Ella lo miró con esa expresión de una tierna ignorante y le besó los labios.

Ya en la pieza de junto, se sento a su lado y le dijo: Te extrañé tanto ¿qué me querías decir? - si, como ven es una manipuladora -. Al ver todas estas reacciones, Diego, desistió y optó por no decirle nada, se llegó a sentir tonto incluso, ¿cómo reclamarle algo si está claro que me quiere solo a mi?, se preguntaba. Y así era, ella lo quería a el, lo amaba, pero simplemente no podía evitar amar a Andrés también, como amigo claro, siempre como su mejor amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares