martes, 4 de mayo de 2010

¡Despierta mundo!

Desde ya hace un par de décadas se ha notado con cada vez más fuerza el hecho de que el “efecto globalización” ha provocado cambios en la sociedad, generando una mutación entre las conductas de dos grupos específicos: la familia y los jóvenes. Ambos, han presentado un vuelco de ciento ochenta grados en relación a su comportamiento tradicionalista propio de la sociedad chilena en el siglo XIX. Conductas tales como preservación de la familia biparental conservadora, se han extinguido y el deseo revolucionario por un estado ideal también ha abandonado el inquietar de muchos y se ha perdido junto con todo, el sentido de identidad chilena, y más aún, de humanidad.

De esta manera, procedo a definir identidad como el conjunto de características y conductas que conforman a una persona y que la hacen perteneciente a un grupo, y que están cimentadas, a mi parecer, en cuatro pilares fundamentales que son: observación, reflexión, discernimiento y significación. Si no se han afirmado bien esos pilares jamás se podrá responder la pregunta “¿Quién soy?”, por lo que, analizando los datos anteriores, lo que a esta sociedad se le tambalea son los pilares de reflexión y significación pues no están dándose cuenta de lo que vale la pena experimentar en esta vida.

Hemos nacido de dos personas, y se han necesitado muchas más para poder ayudarnos a nacer; esto, de por sí, es un grito a la humanidad para que entienda que no puede sobrevivir sola. Con todo lo anterior, comienzo a explayar mi postura frente a la tesis planteada - “Los chilenos se vuelven cada vez más individualistas”- en el fragmento del artículo “Vertiginosos Cambios”, de la revista Mensaje, con una mirada más globalizadora pero no distinta de la que ofrece la revista en el punto “¿Qué podemos hacer?”.

Mi posición frente al desarraigo de su especie que vive el ser humano -este proceso de ser cada vez mas individuo y menos sociedad- es crítica, de tal manera que lo que intento decir es que la forma en cómo se debe frenar este fenómeno, es tomando un respiro, para poder dar una mirada más allá de lo puntual. Lo que a mi consideración se presenta como problemática principal, es que las personas se han puesto unas anteojeras, igual que los caballos, lo que no les permite mirar completamente el paisaje (el problema, sea cual sea les acontezca), por lo que no logran comprender que todo es trascendente y todo tendrá consecuencia.

La sociedad de hoy está viviendo sin sentido, ya que vive simplemente porque despertó en la mañana y es eso lo que debemos mejorar: este mundo no tiene sentido por ser mundo, tiene sentido porque hay vida en el y su único deber durante toda su trayectoria ha sido simplemente uno: “Amarse los unos a los otros”. Yo sinceramente creo que esta sociedad se ha vuelto individualista porque tiene miedo a querer, y porque no quiere aceptar que no ha habido nadie capaz de demostrar que tal premisa podría estar errada, y es que es imposible, pues está fundamentada en el infinito: en la razón y el corazón.

Así concluyo a favor de la tesis emitida por la revista Mensaje diciendo que este mundo necesita una buena abofeteada, a ver si reacciona de su histeria consumista y ermitaña, y de una vez por todas se sienta escuchar a través del Sol, la Luna y las hojas de los árboles, cómo Dios grita que nos ama y se pregunta por qué rayos no podemos escucharlo. Y es que como cristiana solo concibo una verdad como absoluta: “Dios nos ama y jamás nos ha roto una promesa”, por lo cual no podemos decepcionar a nuestro padre al no tomar el consejo más hermoso que alguien le ha dado a la humanidad “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” y es que esta sugerencia, es la fiel explicación de que somos fruto del amor y estamos llamados a multiplicarlo, y no hay otra forma de hacerlo sino en sociedad.

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