martes, 24 de agosto de 2010

La vida es un gran malentendido

¿Alguna vez han experimentado la ira o la impotencia por el hecho de que el proceso comunicativo se efectuó mal? Aclaro: ¿Alguna vez han sentido que no es que ustedes sean malos emisores sino que tus receptores no están a tu altura? La realidad es que esta situación ocurre más amenudamente de lo que creemos.

El proceso comunicativo que los humanos deben intentar perfeccionar no es nada fácil pues hay una barrera que no es tan sencilla de derribar: la idiotez y la flojera. En Chile, estos dos elementos -talvés uno más que el otro- se ven con bastante fuerza en todo lo que hacemos. Desde el simple hecho de pedir "vasos de agua" hasta los secretamente no comprometidos discursos públicos de los políticos, los malos entendidos se ven todos los días. El problema, por tanto, es bastante grave y se remonta a la época de los 40's, con el protagonismo de los ladrones. La obra "Hijo de Ladrón" de Manuel Rojas, nos presenta este mundo como el de los perseguidos, marginados y eternamente buscados, por lo que se vieron en la necesidad de crear una jerga que los protegiera: el Coa, el cual consiste en una singular variación de la lengua que desordena y acorta definiciones para ocultar mensajes. Lo que muchos no se han dado cuenta es que el chileno adoptó el Coa para todo su expresar -sí, hablamos más Coa que castellano-, lo que terminó por envenenar la casi perfecta Lengua Castellana y convertirla en lo que hoy conocemos como "hablar en buen chileno". Este dicho, se entiende como acortar y cosificar los distintos elementos de la lengua a fin de simplificar el lenguaje para hacerlo "mas entendible" y es este el paradigma al cual me quiero enfocar ¿Es realmente efectiva la comunicación de chileno a chileno? ¿Acaso no es bastante recurrente que tengamos que explicar las cosas una y otra vez? Pues en efecto sí, y además se añade que la frustración por no poder enviar un mensaje va a alimentando la ira, y el comunicarse termina siendo un verdadero infierno.

En los adolescentes, este fenómeno se ve con aún más frecuencia puesto que son ellos los innovadores por excelencia, y aunque tengan buenas intenciones solo terminan desestabilizando aún más el poco vocabulario verdadero que en Chile se presenta. Si comparamos los diccionarios de la Real Academia de la lengua Española y uno de la Lengua Chilena -que por lo demás no existe en términos legales-, este último duplicaría el tamaño del ya gigante tomo del primero, haciendo resplandecer el hecho de que nuestras palabras... no existen. Este hecho va tomando entonces mis latidos y los obliga a correr. ¿Qué hago entonces para que los demás me puedan entender? Aunque me decida a conocer y a aplicar la Lengua Castellana, no bastaría pues todos seguirían hablando chileno, pero si todos cambiáramos nuestro lenguaje ¿Acaso no perderíamos nuestra particularidad nacional? ¿Qué hacer entonces ante esta difícil situación? (huir de Chile no es una opción)

Señores, la solución recae en un elemento, que en lo personal admiro aunque me cuesta hacerme partidario de su causa: Contexto. Sí, porque no importan las lenguas, ni los dialectos, ni las jergas, solo importa el conocimiento de la realidad. Debemos dejar de ser autorreferente a la hora de hablar, pues al comunicar lo que importa no es primordialmente el emisor, ni incluso el mensaje, sino que quien importa es el receptor. A él debemos enfocar el cómo decir, porque si no sabemos como el receptor acoge mejor la información el mensaje jamás llegará a él y terminarán -como sé que ya les ha pasado- con la ira atrapada en la garganta y sin haber efectuado el proceso de comunicación

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