La situación de Diego e Isabel simplemente parecía caminar por la cuerda floja, en cualquier momento, cualquier movimiento ligero mal hecho, podría lanzar al vacío todo el tiempo que llevaban juntos. Las discusiones cada vez se hacían más recurrentes, sin razones justificadas, sin reales fundamentos. Los insultos comenzaron a aflorar, la paciencia se agotaba. El enojo perdía los estribos. Y entonces Diego habló –no lo citaré porque pueden haber menores leyendo-.
Era el primer garabato que Diego le decía a Isabel, la primera gran demostración de su cansancio. El shock de Isabel fue inmediato, el hombre de la paciencia divina había explotado. ¿Qué pasó? Simplemente las cosas ya no eran igual que antes.
Diego advirtió su error e inmediatamente se disculpó. Pero no servía, el daño estaba hecho. Isabel dijo que lo perdonaba, pero en realidad mentía. Su corazón estaba roto. Ya nada cambiaría lo que dijo. Sugirió ir a dormir, ya las cosas no tenían vuelta. ¿Para qué seguir? Las palabras se volvieron tímidas. La garganta se cerraba, no había ya de qué hablar. El enojo ya no se daba más licencias, pero la paciencia también se había cansado: Era mejor callar.
Sin embargo, la culpa se adueñaba de cada rincón del alma de Diego, que se había destrozado por herir a su novia. Quería devolverse en el tiempo. Se sentía culpable por toda la situación que acontecía a la pareja. Sentía que era el la pieza que no encajaba e Isabel no ayudaba, su silencio solo agravaba las cosas. Pero no podía evitarlo, era su forma de evitar el daño. Diego lo entendió, -o talvés solo se cansó de disculparse-. Solo hay una cosa certera: la paciencia se acabó.
A la mañana siguiente Isabel decidió olvidar la situación y hacer como si nada hubiera pasado, sabía que el enojo hace decir cosas hirientes, que no hay que tomar en cuenta. Se hizo la lesa, pero Diego no. Diego guardó sus palabras, saco su orgullo y su rencor y volvió a hablar. Las cosas solo estaban empeorando. Isabel decidió darle un poco de espacio al joven, para que pudiera pensar. Pero nada sirvió, cuando decidió intentarlo de nuevo, Diego estaba aún más cruel, sin intención de perdonar. Isabel entonces se cansó. No permitiría que otro hombre le rompiera el corazón: “hasta aquí no más llego yo”, pensó. Decidió meter los recuerdos, las canciones, los paseos, las vivencias, los sueños, las peleas, las reconciliaciones, la alegría, los enojos y las penas en una maleta, y las mandó por encomienda a Nosédónde. Tomó sus cosas y se fue.
- “Hay cosas que después de rotas, no se pueden volver a embellecer” – pensaba la chica mientras se iba. Y dándole la ultima mirada a Diego, que dormía, dijo “Mejor sola que mal acompañada”. Y tristemente así, las cosas se fueron al tacho de la basura.
Era el primer garabato que Diego le decía a Isabel, la primera gran demostración de su cansancio. El shock de Isabel fue inmediato, el hombre de la paciencia divina había explotado. ¿Qué pasó? Simplemente las cosas ya no eran igual que antes.
Diego advirtió su error e inmediatamente se disculpó. Pero no servía, el daño estaba hecho. Isabel dijo que lo perdonaba, pero en realidad mentía. Su corazón estaba roto. Ya nada cambiaría lo que dijo. Sugirió ir a dormir, ya las cosas no tenían vuelta. ¿Para qué seguir? Las palabras se volvieron tímidas. La garganta se cerraba, no había ya de qué hablar. El enojo ya no se daba más licencias, pero la paciencia también se había cansado: Era mejor callar.
Sin embargo, la culpa se adueñaba de cada rincón del alma de Diego, que se había destrozado por herir a su novia. Quería devolverse en el tiempo. Se sentía culpable por toda la situación que acontecía a la pareja. Sentía que era el la pieza que no encajaba e Isabel no ayudaba, su silencio solo agravaba las cosas. Pero no podía evitarlo, era su forma de evitar el daño. Diego lo entendió, -o talvés solo se cansó de disculparse-. Solo hay una cosa certera: la paciencia se acabó.
A la mañana siguiente Isabel decidió olvidar la situación y hacer como si nada hubiera pasado, sabía que el enojo hace decir cosas hirientes, que no hay que tomar en cuenta. Se hizo la lesa, pero Diego no. Diego guardó sus palabras, saco su orgullo y su rencor y volvió a hablar. Las cosas solo estaban empeorando. Isabel decidió darle un poco de espacio al joven, para que pudiera pensar. Pero nada sirvió, cuando decidió intentarlo de nuevo, Diego estaba aún más cruel, sin intención de perdonar. Isabel entonces se cansó. No permitiría que otro hombre le rompiera el corazón: “hasta aquí no más llego yo”, pensó. Decidió meter los recuerdos, las canciones, los paseos, las vivencias, los sueños, las peleas, las reconciliaciones, la alegría, los enojos y las penas en una maleta, y las mandó por encomienda a Nosédónde. Tomó sus cosas y se fue.
- “Hay cosas que después de rotas, no se pueden volver a embellecer” – pensaba la chica mientras se iba. Y dándole la ultima mirada a Diego, que dormía, dijo “Mejor sola que mal acompañada”. Y tristemente así, las cosas se fueron al tacho de la basura.
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