Y hago todo a última hora, lo hago todo con prisa, corro lejos de un lugar a otro, escapo de la gente de una cara a otra y no aflojo hasta que llega la noche, y estoy en mi casa del árbol muy escondida dentro de mí, e incluso ahí sigo corriendo, sigo andando a miles de kilómetros por hora, porque no quiero darme cuenta de lo que pasa alrededor; prefiero que todo sea difuso... O quizás voy lento, muy lento, demasiado lento, tanto que parece que no avanzo y que no hago nada porque justamente todo es difuso y no sé adonde ir... Quizás es un poco de ambas, corro lejos de la gente a paso lento, pero eso igual sigue siento escapar, escapar de que algo pueda hacerse concreto, escapar de llegar a reconocer una cara, una tarea, un objetivo, un quehacer. Escapar de pensar, escapar de sentir, escapar de llorar, escapar del estrés de escapar.
Me hace falta una cachetada que me despierte mis ojos perdidos y que alguien aparte la mano que sostiene mi cabeza mientras parece que me estuviera quedando dormida, porque en realidad estoy dormida, mi cerebro está completamente de vacaciones y caigo, caigo, caigo, caigo una y otra y otra y otra vez, más de tres, más de siete, más de setenta veces siete, caigo caigo caigo caigo y ya no sé qué hacer, ni adonde ir, ni con quien hablar, ni qué decirme cuando me veo al espejo.
No quiero aflojar de escapar, porque aflojé demasiado de quedarme y me da miedo volver a empezar, porque todo es confuso, porque todo es extraño, porque todo es potencialmente un daño, porque en todo falta algo, porque en todo no siento nada.
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